“Tenía 17 años y estaba estudiando para ser bombero. Era mi sueño y me lo arrebató. Me cambió la vida”, dice al otro lado del teléfono el remero paralímpico Saúl Peña con un tono de voz que, aclara, no es el suyo de antes. “Pasé casi tres meses intubado y se me paralizaron las cuerdas vocales, nunca recuperé el previo a la agresión”, explica.
Se refiere a lo sucedido el 22 de febrero de 2009. Aquel día, Saúl estaba con sus amigos sentado en un banco del barrio pesquero de Santander cuando otro chaval de la zona, dos años menor, apareció con sus amigos. Apenas le dirigió la palabra antes de darle el primer puñetazo en la cara. Peña intentó levantarse para defenderse, pero el agresor le empujó y él tropezó con el banco, cayó al suelo y allí empezó a ser pateado en la cabeza. “No sé qué se le pasó por la mente”, dice. Sus amigos consiguieron que parase y Saúl pudo levantarse, aunque mareado y con la nariz ensangrentada.
Fue a su casa para ver si se le notaba mucho en la cara porque, en tal caso, luego tendría que dar explicaciones a su madre. No vio nada y volvió con sus amigos un rato. No les dijo que iba a ir al hospital. “Nunca he sido de médicos, pero sabía que algo no iba bien”, rememora. Se encontró a su progenitora, pero le dijo que iba a por gominolas. No quería preocuparla.
Tenía 17 años y estaba estudiando para ser bombero; era mi sueño y me lo arrebató
Casi tres meses ingresado
Entró por Urgencias del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander), contó lo que le había pasado en el mostrador, sacó la tarjeta sanitaria y se desplomó. Lo siguiente que recuerda es despertarse un mes y medio después en la UCI. Estaba intubado, tenía una traqueotomía y había sido operado de un traumatismo craneoencefálico muy grave, como reflejó el informe. Se había formado un hematoma interno en el cráneo.
“Tuve suerte porque el día que ingresé estaba de guardia uno de los mejores médicos de Santander en esa especialidad. Estuve toda mi estancia en el hotel –dice con ironía- con el tubo. Al principio me comunicaba pestañeando. Por ejemplo, un pestañeo era un sí, dos era un no. No podía hablar”, cuenta. Hasta el 5 de mayo no regresó a casa.
Mi madre tenía que darme de comer, ayudar en el baño, cepillarme los dientes, vestirme, acostarme, levantarme… Era como un bebé mayor
“Salí del hospital pesando 35 kilos, sin nada de masa muscular. Era una persona totalmente dependiente.Me dieron un 80% de discapacidad. Iba en silla de ruedas porque no podía ponerme en pie por la falta de fuerza en las piernas. En realidad, no podía mover ninguna extremidad. Mi madre me tenía que dar de comer, ayudar en el baño, cepillarme los dientes, vestirme, acostarme, levantarme… Era como un bebé mayor. En casa no me movía del sofá”, recuerda.
Las secuelas de la brutal agresión
La rehabilitación física había comenzado en el hospital. A Saúl le habían quedado secuelas en las dos piernas y en el brazo derecho. Tiene problemas de espasticidad (rigidez) y equilibrio. En la mano derecha no tiene apenas tacto. Y como estuvo casi tres meses en cama en plena edad de crecimiento, la cadera creció deforme.
Una visita del exfutbolista Pedro Munitis, su ídolo y vecino del barrio, fue clave. Le dio las fuerzas que necesitaba para tirar para adelante en un momento crítico. “Me miraba el espejo y no me reconocía porque yo siempre había sido muy atlético. Siempre había jugado al fútbol y hacía remo desde los 14 años en trainera. Los médicos le dijeron a mi madre que estar en tan buena forma física fue lo que me mantuvo con vida en el hospital”, recuerda.
Me miraba el espejo y no me reconocía
Precisamente el remo fue fundamental también en su rehabilitación. Todos los días iba una ambulancia a recogerle a casa para llevarle a su sesión. Aún con problemas de movilidad, empezó a acudir al gimnasio del Club de Remo Ciudad de Santander. Estaba en la primera planta y, cuando no había nadie, subía a gatas las escaleras hasta el primer piso. Cuando ya podía ponerse erguido, “porque al principio no me aguantaba ni la cabeza recta”, logró empezar a ejercitarse en el ergómetro, la máquina de remo.
El club cerró en 2011 pero él tenía la llave de las instalaciones y siguió yendo al gimnasio allí. Cuando lo refundaron, Saúl pasó a ser su delegado. En sus planes no estaba volver a remar, pero en 2012 faltó un remero del club a una competición. “La acabé junto a los otros 13 como pude, pero sentí una satisfacción tremenda volver a competir y quería más”, recuerda.
Estar en tan buena forma física gracias al remo fue lo que me mantuvo con vida en el hospital
Por eso decidió operarse de la cadera, para poder entrenar sin dolor. En 2016 empezó a competir en remo paralímpico, pero entonces sólo era con ergómetro, no en un barco. Dos años después, la Federación Española quería formar un equipo y empezó a hacer test. No fue hasta 2021 cuando Saúl se fue por su cuenta a un campeonato para pasar la clasificación médica y la Federación le puso en o con el Club de remo San Pantaleón, que desde el principio le acogió con los brazos abiertos. “En distancias cortas, por mis problemas de cadera no puedo hacer la amplitud completa del remo”, explica.
París 2024: un sueño cumplido
Seis meses después, acudió a su primera concentración con la selección española. Fue como reserva al Europeo de Múnich en 2022 y acabó ganándose un puesto en el cuatro con timonel (PR3Mix4+). Compitió en su primer Mundial en Belgrado (Serbia) en 2023, donde quedaron novenos, y en 2024 fueron cuartos en el Europeo de Szeged (Hungría). El sueño se hizo realidad en verano, cuando acudió a París para sus primeros Juegos Paralímpicos.
“El día del desfile inaugural no me lo creía. Me sentía importante, como un futbolista”, recuerda entre risas. “El día antes de competir, al escuchar las pruebas de música para el día siguiente ya se me puso la piel de gallina. Pensaba ir a estos Juegos y después volver a remar con mi club como hobby y centrarme en trabajar pero después de lo que viví ya no lo dejo. Mientras me aguante el cuerpo… Ahora tengo en mente Los Ángeles y este año quiero ir al Mundial en China”, explica.
Mientras me aguante el cuerpo seguiré, ahora tengo en mente Los Ángeles
Y hasta que llegue la primera concentración con la selección en marzo en Sevilla, se entrena en el gimnasio y con ergómetro. También sigue buscando un trabajo con el que compaginar el remo. Tras salir del hospital se apuntó a un módulo de FP de istrativo y al carnet de conducir. “Pero no podía retener información ni coger apuntes, me era imposible. Intenté ejercitar la memoria con sudokus y ejercicios que la forzasen a trabajar”, explica.
Y cuando logró volver a retener información en su mente, aprobó la oposición de celador. “Estoy muy agradecido al que me cogió del suelo cuando me desplomé. Aprobé pero no tengo plaza, estoy esperando vacantes para que me llamen”, dice. Porque Saúl tiene una pensión no contributiva por la discapacidad que no llega a los 500 euros al mes y que no le da para vivir.
Venta del cupón frente al portal de su agresor
También está a la espera de algún hueco en la ONCE. Ya trabajó en la organización entre 2017 y 2022 cubriendo bajas o vacaciones. Pero el destino quiso que uno de los kioscos en los que vendía en Torrelavega estuviese situado frente a la casa de la familia de su agresor. “Vi salir dos días a su madre del portal y se me quedó mirando. Mi rabia se encendió cuando vi entrar y salir a quien me arruinó la vida y pensé: ‘¿Qué más me puede pasar?”, rememora. Y pidió el cambio de ubicación a la ONCE, que se la concedió.
No era la primera vez que volvía a verle. “Muchas veces, cuando yo me iba a rehabilitación, le veía en un bar cerca de mi casa tomando algo con sus amigos. Me entraba una rabia que me tiraba de los pelos. Estuvo sólo seis meses en un centro de menores. No ha cumplido alguna pena ni ha pagado la indemnización. Aceptó la condena pero su familia se declaró insolvente y la mía se tuvo que gastar mucho dinero en médicos y fisios. Nunca se ha atrevido a mirarme a la cara. Él no ha pagado por lo que hizo y a mí me cambió la vida”, recuerda.
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