Luis Ángel Maté ha dejado de ser solo un ciclista. Retirado ya del profesionalismo, sus rutas ya no persiguen victorias ni clasificaciones, sino algo mucho más profundo: dejar huella. No en los podios, sino en la conciencia colectiva. Su última aventura, un viaje en bicicleta desde Marbella hasta El Rocío, es una declaración de intenciones. Una travesía física y emocional que recorre los caminos del sur andaluz y los senderos de la memoria, un homenaje a su padre, a su tierra y a una forma de vivir el ciclismo desde el respeto al entorno.
Amanece en la Plaza de la Iglesia de Marbella. El silencio de los primeros rayos del día es cómplice de los recuerdos de Maté, que evoca la figura paterna con cada pedalada. El recorrido arranca por la A7 en dirección a Estepona, donde la antigua travesía se ha transformado en espacio para peatones y ciclistas, ejemplo de que, a veces, las ciudades pueden devolver espacio a quienes no tienen motor.
Desde la Costa del Sol, el trayecto se interna en el corazón de Andalucía. El Parque Natural de los Alcornocales se abre ante él como un santuario de vida. Mientras avanza entre helechos, encinas y venados, Maté descubre rincones como La Sauceda, un antiguo asentamiento rural arrasado durante la Guerra Civil que todavía vive en la memoria de quienes se resisten a olvidar. Allí, el viento de poniente se convierte en compañero inseparable hasta La Barca de la Florida, punto final de una primera jornada de 160 exigentes kilómetros.
Pero el momento más simbólico del viaje llega al día siguiente: el cruce del Guadalquivir en barcaza. Una ceremonia casi sagrada que marca la entrada al Parque Nacional de Doñana. La arena virgen, el rugir del Atlántico, las aves migratorias... todo configura un escenario de belleza bruta, de esa que obliga a guardar silencio. El almuerzo se improvisa en una choza de pescadores, entre latas y pan, pero el sabor es de banquete.
La llegada a Matalascañas revela un contraste doloroso: la civilización choca con el equilibrio de Doñana. Desde allí, Maté bordea la marisma hasta alcanzar El Rocío, donde la naturaleza se funde con la tradición. Las calles de arena, los caballos, las carrozas... todo evoca un tiempo detenido, pero amenazado por la modernidad y la invasión de coches. Allí, el ciclista se siente parte de algo más grande. “Hay lugares que te abrazan, aunque no los hayas visitado antes”, comenta.
La vuelta no es menos inspiradora. Atravesando la Sierra de Cádiz, con nuevas vistas de pinares, marismas y viñedos, vuelve a cruzar el Guadalquivir en Coria del Río y pedalea entre cigüeñas y cielos abiertos hasta Marbella. El trayecto final, por la Sierra de las Nieves y la Serranía de Ronda, es una oda a la dureza y la recompensa.
Al llegar a casa, Maté no regresa igual. Ha completado una ruta de más de 500 kilómetros, sí, pero sobre todo ha trazado un mensaje. El ciclismo, para él, sigue siendo una herramienta de transformación: “Este no ha sido solo un viaje en bicicleta. Ha sido una travesía de reencuentro con nuestras raíces, una reivindicación silenciosa de nuestra tierra y un recordatorio urgente: proteger nuestro entorno no es una opción, es una necesidad”.
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